EPÍLOGO
Planto
¿Qué nos levanta? Son fuerzas, evidentemente.
Unas fuerzas que no nos resultan exteriores ni impuestas:
fuerzas involucionadas en todo lo que nos concierne más esencialmente.
Pero ¿de qué están hechas? ¿Cuáles son sus ritmos? ¿De qué fuentes beben?
¿No podríamos decir, para empezar, que casi siempre nos vienen,
sobrevienen o vuelven a nosotros después de una pérdida?
¿No es cierto que perder nos levanta después de que la pérdida nos haya hecho caer?
¿No es cierto que perder nos suscita deseos después de que el luto nos haya inmovilizado?
Didi Huberman / Sublevaciones
una muerte marca
mueve mis búsquedas
funda mis preguntas
nazco
sembrada en un duelo
en medio del bosque de intuiciones que se abre tras la muerte de mi madre
voy
en esa espesura camino
vivo
creo
y escribo. Escribo sobre todo como intentando darle forma a una urgencia, a un encierro, a una atadura, a una incomodidad. En la escritura, busco. A tientas. Torpemente. Con el miedo que produce caminar en la penumbra pero con la firmeza de quien ha visto a lo lejos, muchas veces, un claro del bosque.
Y lo que apenas entrevisto o presentido va a esconderse sin que se sepa dónde, ni si alguna vez volverá; ese surco apenas abierto en el aire, ese temblor de algunas hojas, la flecha inapercibida que deja, sin embargo, la huella de su verdad en la herida que abre, la sombra del animal que huye, ciervo quizá también él herido, la llaga que de todo ello queda en el claro del bosque. Y el silencio. Todo ello no conduce a la pregunta clásica que abre el filosofar, la pregunta por el “ser de las cosas” o por “el ser” a solas, sino que irremediablemente hace surgir desde el fondo de esa herida que se abre hacia dentro, hacia el ser mismo, no una pregunta, sino un clamor despertado por aquello invisible que pasa sólo rozando.
María Zambrano / Claros del bosque
La palabra planto, según por donde se la mire, remite a significados diferentes; solo dos de ellos están en el corazón de este apartado con el que cierro este ciclo de mi vida y a su vez, Retratos vivos de mamá.
El significado más común, al que cualquier persona puede llegar fácilmente, creería yo, es la acción de poner en la tierra una semilla, un esqueje, un vástago para que eche raíces y crezca. Pero existe también toda una tradición en la que planto ya no es un verbo conjugado en primera persona del presente sino que es un sustantivo. En ese terreno semántico, un planto es un tipo de poema destinado a plasmar el dolor de la pérdida de un ser querido, es una elegía, una endecha; también es un lamento, un “llanto con gemidos y sollozos”.
Lamentarse es abrir el lenguaje, «hacerlo infinito» de alguna manera.
«El lamento no es más que una lengua en el límite, la lengua de la frontera misma.
Todo lo que dice es infinito» (…) «El lamento es justamente ese estadio en el que
todo lenguaje sufre su muerte de manera verdaderamente trágica,
en la medida en la que, a partir de ese momento, ya no expresa nada,
nada positivo sino la pura y simple frontera»
Georges Didi-Huberman / planto, conflicto, pregunta, poema.
Aquí, en estos retratos vivos, planté mi duelo a través de la escritura. Un duelo que hoy termina. Y aquí también he dejado un planto para mi madre: 355.687.428.096.000 posibles poemas que nacerán de la combinación de 17 fragmentos que saqué de la hiedra que creció mientras revelaba estos Retratos vivos de mamá. Cada poema posible vendrá al mundo, echará raíces, sólo si alguien decide ir hasta el final de este planto (y solo quien lo haya hecho estará leyendo estas líneas).
Ahora, queridas personas que me leen, estamos llegando al final de algo que empezó con el impulso de ir en busca de mi madre, la desconocida, esa mujer que fue Lucy antes de ser mamá. Paralelo a ese viaje transcurrió mi duelo. Un mismo tren. He vuelto al presente. Ha terminado el viaje. Ha brotado lo que planté, ya tiene un cuerpo propio; la luz de la pantalla que rebota en los ojos de quien lee estas palabras es una muestra de que así es. Mi madre nacerá y tendrá una vida independiente de la mía cada que alguien recorra estas pantallas.
Aquí plantados mi dolor, mi nostalgia, mis heridas, sí, pero también mi fuerza, esa que me viene de mi madre y que hoy me lleva a despedirme de ella para desenmarañar mis propios misterios, para emprender mis propias búsquedas, para transmutar mi propio fuego.
Voy a tomarme el fuego. Mi fuego. Todo. Toda yo.
Esta sensación, en la que la presencia de mi madre es más fuerte que su ausencia real,
es sin duda la primera forma del olvido.
Annie Ernaux / Una mujer